A finales
del siglo XIX casi la totalidad de la superficie terrestre se hallaba
explorada. Tras las grandes expediciones al corazón de África, sólo
los polos permanecían ajenos a la exploración. Se inició entonces una carrera
por la conquista de los polos terrestres que, tras la “supuesta” llegada de Robert
Peary al Polo Norte en 1909, volvía todas las miradas hacia la Antártida.
Roald Amundsen había comenzado en 1907 a
preparar la expedición que, según creía, le llevaría a ser el primer hombre en
pisar el Polo Norte. Dos años en los que había reunido provisiones, comprado
trineos y ropa adecuada (prendas fabricadas con pieles, tal y como había
aprendido de los inuit en sus anteriores expediciones).
Incluso
había conseguido permiso para disponer para la expedición del Fram, el
mítico navío que el célebre explorador noruego Fridtjof Nansen había utilizado
con éxito en numerosas expediciones tanto árticas como antárticas.
Y en
septiembre de 1909 llegó la noticia: Robert Peary había alcanzado el Polo
Norte. Después se sabría que eso era un camelo y Peary un mentiroso, pero de
momento el asunto debió sentarle a Amundsen como si el mismísimo Peary hubiera
traído un balde de agua del polo para echársela al noruego por la cabeza.
Así que
cambió de planes… en secreto. Si no podía ser el primero en pisar el Polo
Norte, estaba decidido a ser el primero en llegar al Polo Sur. Sabía de la expedición de Cook, por supuesto, quien
por cierto le llevaba ventaja (el Terra Nova estaba a punto de zarpar
rumbo a Australia).
Así que
no podía perder ni un minuto. Sabiendo que el problema de Cook con los perros
era la incapacidad del hombre, no del animal, compró cien perros groenlandeses
calculando que serían útiles no sólo como tiro, sino también (pragmático y
cruel) para alimentar a unos perros con otros según la comida se fuese
acabando, lo que disminuía la cantidad de alimento a transportar.
En agosto
de 1910, cuando el Terra Nova de Scott ya llevaba casi dos meses de
viaje hacia Australia, Amundsen zarpó poniendo rumbo a Madeira con la extrañeza
de toda la tripulación, que se creía embarcada a Groenlandia.
Justo
antes de abandonar Funchal envió Amundsen
su telegrama a Australia, que estaría esperando a Scott a su llegada a
Melbourne. Todo muy calculado para que no se pudiera decir que había actuado a
traición pero para, al mismo tiempo, conseguir la mayor ventaja posible de la
sorpresa. Tenía que recuperar la ventaja que Scott le llevaba.
Y vaya si
la recuperó. Ambas expediciones afrontaron casi a la vez la barrera de hielo de
Ross, estableciendo sus campamentos base en enero de 1911, con apenas unos días
de diferencia. Scott en la isla de Ross y Amundsen
en la bahía de las Ballenas, en el lado opuesto de la banquisa.
Ambas
expediciones comenzaron inmediatamente los viajes para establecer depósitos de
víveres en diversas posiciones del recorrido… e igual de pronto empezaron a
pasarle factura a la expedición
británica los errores que Scott había cometido durante la preparación.
Amundsen
llegó primero por más de un mes, el catorce de diciembre de 1911, habiendo
salido en el viaje definitivo el diecinueve de octubre con 52 perros, cuatro
trineos, cuatro hombres más y provisiones para cuatro meses. Cuarenta y uno de
los perros fueron sacrificados para alimentar al resto y a los propios
expedicionarios.
"Amundsen
y Scott: la carrera por el Polo Sur", http://www.apuntesdehistoria.net, 29 de noviembre del 2016, Web [http://www.apuntesdehistoria.net/amundsen-scott-polo-sur/]
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